Un equipo de alto rendimiento es aquel formado por mujeres y hombres que se sienten libres para expresarse desde la autenticidad, y dar su mejor versión respetando y comprometiéndose con su identidad personal. Libertad y Equipo son dos conceptos que deberían ir siempre juntos.
Muchos profesionales sienten que al desempeñar su rol profesional pierden un poco su libertad, no sólo en lo que hacen, sino también en lo que son. El trabajo es algo que requiere esfuerzo, adaptación y flexibilidad; pero en ningún caso deberíamos permitir que nos “alienara” como individuos.
Un equipo que construye una buena base para el futuro es aquel que crea el espacio para que cada una de las personas que lo integran pueda sentirse cómoda para pensar, expresarse y comportarse desde la naturalidad.
Hemos asumido (o al menos nos hemos creído) que esto es utópico, ya que pensamos que en el trabajo hay que ponerse la máscara y actuar. Sí es cierto que, por complejo, retador y competitivo, el entorno laboral nos requiere un nivel de adaptación al medio muy superior al que nos requieren otros sistemas. Pero una cosa es adaptarse y la otra es perder la libertad personal a unos niveles que empiezan a ser preocupantes.
A veces, en procesos de coaching ejecutivo, alguno de nuestros clientes, se da cuenta de que está entrando en una espiral de “desnaturalización de su liderazgo personal”, que los lleva, tarde o temprano, a un nivel de frustración inasumible, lo que repercute en la confianza en si mismo.
Un equipo no se puede permitir que alguno de sus integrantes se “esfuerce más de la cuenta” para poder adaptarse al mismo.
¿Pero, qué significa esforzarse más de la cuenta? Algunas situaciones que nos pueden servir de alarma son:
- Reprimirse las opiniones por miedo a ser juzgados.
- Evitar comunicarse con algunas personas del equipo.
- Aceptar algunas decisiones sin discutirlas para no entrar en conflicto.
- Cambiar el estilo personal para ser aceptados.
- Hacer la pelota a los jefes, o al resto de compañeros, para caer bien.
- Seguir un ritmo de trabajo que no se desea.
- Decir “sí”, de forma recurrente, a temas en los que se desearía decir “no”.
- Padecer el síndrome del “impostor”.
- Intentar adaptarse a los valores o a la cultura de la organización, aunque no se compartan.
- Ponerse una “coraza emocional” evitando cualquier socialización con las personas del equipo.
- Adoptar un estilo de comunicación (fomentado por la compañía) con los interlocutores de esta, pero con el que la persona no se siente cómoda.
- Seguir un método de trabajo impuesto por otros, en lugar de organizarse de la manera que mejor le va a la persona.
- Etc.
Si padecemos en la actualidad algunos de estos síntomas, es posible que estemos haciendo un esfuerzo desmesurado que, a medio o largo plazo, puede llegar a repercutir en nuestro bienestar psíquico y, quizá también físico.
Cada vez que elegimos dejar de ser nosotros mismos para poder pertenecer a un equipo, en lugar de contribuir a la excelencia de este, lo estamos empujando a su versión más reactiva.
¿Y tú? ¿En qué aspectos decides impulsar tu libertad para potenciar tu liderazgo más auténtico y para el bien de tu equipo?
Enric Arola
En mi opinión es clave el comentario ‘El trabajo es algo que requiere esfuerzo, adaptabilidad y flexibilidad’, y eso implica que se pierda cierta libertad.
La reflexión que ha dejado en mi la lectura de este artículo, y que voy a incorporar con un nuevo hábito profesional para mi es revisar periódicamente mi umbral de libertad con el objetivo que no me merme negativamente en mi satisfacción personal.
¡Gracias por tan buen artículo!
¡Gracias por tu comentario y por tus reflexiones Lourdes! Es una idea genial la de chequear periódicament nuestra libertad al ejercer nuestro rol profesional. Haciéndolo nos comprometemos a dar nuestra máxima versión, así como a ser felices haciéndolo. Una sin la otra, no funcionan. Y el «pegamento» que las une no es otro que la sensación de sentirse libre dentro del equipo.
¡Un fuerte abrazo!